domingo, 26 de febrero de 2012

El águila que no murió con el sol

Abro los ojos por primera vez, duelen un poco, pero estoy feliz de haberlo hecho, y eso (la felicidad) los mantiene abiertos, pero estoy en plena oscuridad, solo un pequeño haz de luz al final y a lo lejos me invita a continuar. Me pongo de pie y estiro mi cuello, me sacudo un poco y hasta me mareo al hacerlo, doy mi primer paso fuera del calor de mi sitio y me abro paso por entre mis hermanos, los que aún viven y los que no.

Así comienzo a perseguir el punto de luz a lo lejos, doy pequeños pasos para evitar el tropiezo, no creo tener aún las fuerzas necesarias para levantarme si llegara a caer. Las rocas puntiagudas y de todos tamaños del suelo maltratan la piel poco acostumbrada de mis pies, pero continuo. No puedo oler nada, pero sí logro escuchar el mar a lo lejos. El sonido de las olas chocando contra las piedras porosas y ásperas del risco, que a su vez deja tras de sí el sonido residual de la espuma del mar disolviéndose en las rocas, se hace cada vez más y más fuerte, tan fuerte que rebota en las paredes rocosas  de esta cueva, así como también rebota dentro de mi pequeña cabeza, que apenas despierta.
Sigo mi camino hacia la luz cálida, esa luz anaranjada, espesa y segadora que casi se puede tocar con las alas, luz de un sol que está a punto de morir en el horizonte, ese sol rodeado de nubes de colores combinados que como un grupo de ángeles vuelan sobre el moribundo sol y lo tranquilizan en su lenta muerte, o al menos así lo imagino, y sigo mi camino.

Ya a pocos metros de su luz comienzo a perder la visión, mis pupilas no pueden cerrarse más y solo dejan pasar un aura blanquecina de claridad inimaginable, cierro los parpados para que no me lastime pero irónicamente así no puedo apreciar su belleza, así que armado de valor, decido soportar el dolor y abro los ojos poco a poco hasta dejarla entrar.

 También el olor del mar se me hace irresistible. Con los ojos entre cerrados y un ajeno deseo de volar acelero la marcha sin pensar en las consecuencias, pero las piedras del suelo bajo mis pies desalientan mi aventura, con cada paso que doy siento el miedo en mis piernas, pero a pesar de eso no me detengo y no lo haré, debo volar. 

Estoy aquí, la claridad está a dos pasos de mi pero su luz me ha segado por completo, mala jugada, en mi carrera hacia ella no pude ver el borde de la cueva que como filoso cuchillo me cortó un poco los pies obligándome a saltar de el para evitar más daño, ese el final de piedra de la angosta cueva resultó ser el comienzo rocoso de un enorme risco, resultó ser solo la entrada o salida de la oscuridad y ahora sin ningún tipo de resistencia caigo al vacío, caigo muy rápido, aunque creí que era imposible para nosotras caer, caigo.

Mis ojos recobran utilidad poco a poco pero en cuestión de milésimas, así me doy cuenta de que caigo muy rápido todo es borroso aún pero logro distinguir una pared de piedra negra que pasa en frente de mí, es la pared de un risco vertical del cual caí también veo como se aleja hacia arriba aquella entrada filosa de la cueva que hasta hace segundos fue mi protectora, mi amiga, mi cuna. 

Cayendo sin saberlo doy vueltas sin sentido en el aire y en una de esas vueltas logro ver, ya con los ojos un poco más acostumbrados, el origen del sonido del mar que revienta y la espuma que se disuelve, un grupo infinito de rocas bastante hostiles de negro color al pie del vertical risco, que parece que emergen del mar como una barrera entre el agua salada y azul del mar y la fría pared negra del vertical risco. Esas rocas serán mi tumba pronto, y el agua se encargará de borrar mi rastro, ni mi sangre mí me memoria permanecerá mucho tiempo sobre las piedras, seré un ave más que cae de su nido para encontrarse de frente con su rocoso destino sin poder hacer nada.

Pero de repente algo pasa, aún en picada hacía una muerte inminente un pensamiento atraviesa mi mente y en ese momento mis alas, que siempre habían estado pegadas a mi cuerpo tímidas y sin motivación comienzan a dejar su guarida y se abren al viento, mis plumas, que siempre creí malditas, sin color ni utilidad ahora cortan con sutileza el viento a mi alrededor, mi pico, que solo servía para rogar por comida ahora dirigen todo mi cuerpo como la locomotora de un gran tren y mis ojos que nunca habían sido utilizados antes ahora miran fijo al mar como haciendo cálculos precisos para evitar la muerte y a tan solo poco metros de dejar este mundo chocando contra esas piedras mi cuerpo gira, arqueándose de manera casi imposible y vuela, mejor dicho planea. Planeando como manejado por los dioses desde los cielos vuelo. 

Planeo a ras del agua fría y oscuro del mar, incluso mis pies se mojan un poco con las crestas de las olas que logran alcanzarme apoyadas por el fuerte viento que está en mi contra y mis ojos se deleitan al ver que estoy vivo, miro hacia arriba y sin querer levanto mi cuerpo hacia el sol, la maniobra me quita velocidad y podría caer nuevamente, pero esta vez hacia el mar, a las mandíbulas de algún pez enorme y hambriento del cual no tendría escapatoria alguna, pero no es así, como por reflejo mis alas comienzan a batirse por si solas y comienzo a ganar altura. Alto, cada vez más y más como queriendo alcanzar al sol en sus segundos finales de vida, como queriendo incluso salvarlo de su tumba en el horizonte vuelo y vuelo o como queriendo escapar con el me elevo.

El sol ya pereció, llevo ya rato volando hacia él, pero sus rayos aun tocan el cielo creando un sinfín de tonos hermosos utilizando las nubes como lienzo, y yo, sin saber dónde ir vuelo en línea recta cada vez más y más lejos hacia el horizonte de mar y luz sin miedo alguno. Y en un momento de inspiración mi cuerpo entero sintió el deseo de dar vuelta y volar en círculos y cuando lo hizo pude ver allá, abajo y a lo lejos, tocada por los rayos del sol que se reflejaban las nubes del horizonte, está la tierra. La tierra en forma de un risco inmenso con un techo de grama verde, infinito hasta donde se puede ver, con valles y montañas aún más altas y grandiosas, con un cielo que se oscurece y ríos interminables aun sin explorar. Y allí, en el centro de mi vista, entre las afiladas rocas del vertical risco mi hogar, el sitio de dónde vengo, y al sitio donde jamás he de volver mientras pueda volar pues mi destino nunca me quiso allí y mi vuelo así lo confiesa. Volaré hacia el cielo que la luz refleja y hacia la tierra que el viento corteja.

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