domingo, 24 de julio de 2011

Ciudad

Es la misma tristeza que siente una casa cuando sus habitantes la dejan, cuando la dejan por algo mejor o por algo más seguro no importa la razón, le duele, y se refleja en sus paredes al cabo de unos años… Así mismo resiente Caracas, esta ciudad sin propietarios, el miedo a la muerte nos obliga a meternos en casa y abandonarla. No fue el frio, como pasa en el norte, tampoco el aburrimiento como pasa en el sur, sino la muerte la que nos forzó a hacerlo. Ya ni importan los tiempos de antaño, tiempos que yo nunca vi, tiempos que Caracas llora con anhelo.


Es domingo en la noche, pasadas las 12 y solo logro oír perros desahogándose  a lo lejos y neumáticos arañando el escaso pavimento  en su frenética huida y pienso una y otra vez la misma frase; no es justo.

Luces olvidas en el paisaje, edificios muertos, sombras frías, todo parte de un paisaje inmóvil que en 6 horas cobrará vida de nuevo, como si se tratase de algún tipo de hechizo. Pero pregunto ¿que opina mi ciudad? En su silencio debe pensar en ¿cómo dejó de querernos tan pronto? Y la respuesta es quizá tan pronto como nosotros comenzamos a odiarla. Ella se portaba bien cuando nosotros la queríamos – bueno, cuando nuestros abuelos lo hacían- nuestros padres disfrutaron  de su amor y ahora nosotros sufrimos con su rechazo. Por eso antes lucia bella para nosotros, nos decía buenos días con un sol sin  filtro gris, sus callejuelas eran rincones donde poder besarse a escondidas de los ojos curiosos de los no enamorados y sus calles eran senderos interminables donde pasear al ánimo y donde encontrar a la esperanza, pero ahora esos rincones hospedan basura mal oliente y unos pocos litros de sangre fresca y sus caminos hoy solo albergan huecos que dejan ver en su cara las consecuencias de su adolescencia perpetua.

En el día se oyen sus gritos, Caracas dice: ¡No me escupas! Y todos escupimos su cara casi al unísono, también nos pide ¡no me dejen sola en esta noche que hace frío y los extraño!, y aquí estamos, todos en nuestras casas, esperando que pase el tiempo, que llegue la luz para irnos al trabajo y seguir construyendo la ilusión de vivir felices –casi al unísono-, pero adivinen que, si Caracas no está feliz, sus 
hormiguitas nunca estarán felices.

Quizás sus hormiguitas nunca lo entenderán, para ellas disfrutar de Caracas en pleno no tiene sentido, o quizá sus hormiguitas no lo merecen, para ellas cuidar de una ciudad tan bella les parece trabajoso, pero de una cosa si estoy seguro, Caracas aun nos quiere y sus colas son regaños como de madre, sus inundaciones son sermones y su aire contaminado es rabieta, pero su silencio… su silencio es tristeza con lágrimas y nosotros lo sabemos, así que por favor, hagamos algo pero hagámoslo rápido, antes de que comience a darnos correazos.

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